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Por Juan Perone

Federico Carbia: “Hay que apostar a equivocarse porque vale la pena” 

En ese atelier, que es cuadrilátero, se prepara todos los días un luchador que apenas llega a peso pluma. Federico Carbia se llama.  Pintor cuando pinta. Poeta cuando habla. Artista tiempo completo.

Desde la casa de Federico se ve la Piedra Movediza. Se ven las sombras de los chimangos que andan al salto de lo que persigue un hornero pertinaz. Se ve el cielo que arranca en un celeste prístino y a medida que se acerca el horizonte va dejando entrar las tonalidades cálidas. Se ven paredones, techos y cercos verdes.  Se ve el barrio de oficiales donde vivía de pequeño.  Se ve la arcada del centro clandestino de detención “La Huerta”.  Se ve el dolor de cargar con una historia que no es suya pero pesa como si lo fuera. Se ve la soledad del que sale sin otra compañía que la curiosidad.  Se ve la ruta y la rotonda de la 30 y la 226.  Se ve la angustia y la incertidumbre del que sabe que no hay otro camino que el que lo está llevando.  Desde la casa de Federico, en el Barrio Maggiori, se ve la vida en tonos pasteles y en una perspectiva forzada.  Se ve a través de un portal imaginario y con el ojo incasable de un artista que sabe que si no es pintor no será nada.  Así.  Como el que se va de la casa y tira la llave por encima del paredón para no arrepentirse. En ese rincón del cuadrilátero se prepara todos los días un luchador que apenas llega a peso pluma. Federico Carbia se llama.  Pintor cuando pinta. Poeta cuando habla. Artista tiempo completo.

 

-¿Cómo nace esa imagen que luego se hace pintura?

-No hay una idea a seguir o una forma.  Uno tiene que conectar con el corazón, con honestidad. Y no solo desde un punto de vista formal, sino realmente conectar con los propios tiempos, con el paisaje y entonces sorprenderse de la belleza que a diario transitamos y puede estar en una puesta de sol o en una flor.  Es más sencillo que complejo.  Uno tiende a hacerlo complejo pero lo cierto es que expresarse claramente con las ideas debe ser un ejercicio diario. 

 

-Pero siempre un proceso comunicativo…

-Siempre.  Luego de que ocurre el “momento” hay que ponerlo a la vista del espectador, entonces ahí se completa la cosa.  Uno siempre intenta decir algo y también tiene la curiosidad de saber si lo que uno interpreta es lo mismo que lo que interpretan otras personas.

 

-En este camino ¿todo puede ser un estímulo para pintar?

 

-Si pero los estímulos que no son superficiales.  Hay estímulos inexistentes que no sirven.  Hay un momento en donde uno se pierde de donde venía para llegar a otro lugar.  Y cuando eso pasa, uno se puede llegar a sorprender.   El lenguaje visual es muy interesante y los errores o las fallas hacen más interesante aun el proceso.  El error y el trabajo para superarlo es lo que humaniza el trabajo. 

-¿Y qué te estimula para llevar una ida a la tela?

-Un paisaje, por ejemplo. El horizonte, la atmósfera o las sombras. Intento dejar de mirar el paisaje y me predispongo a salir del campo visual, tratar de atrapar el hábitat.

Pasan imagen y se suceden las ideas.  Y lo que digo vale para este entorno, mi entorno: Maggiori, Movediza o Cerro Leones.  No hay que ser un genio que sale en busca de la imagen única e inspiradora.  Sólo hay que estar predispuesto.

 

-No será tan sencillo…

-No.  Claro que no. Hay días que son asfixiantes y angustiantes porque las cosas no salen, pero siempre hay una solución a ese problema visual.  Hay trabajos que salen sencillos y fáciles, pero son los menos.  Todos los días sufro sopapos.  Y hay que estar preparado para afrontar esos desafíos técnicos. 

Entrar de lleno en el lenguaje y empezar a resolver esos problemas se hace gratificante.  Lo interesante es darle un sentido a la idea.  Me interesa la abstracción pero sé que se necesitan elementos que el espectador pueda reconocer para que se dé el proceso de comunicación.  Esos objetos reconocidos son los que abren la pintura.

Por eso yo no trabajo con bocetos ni tengo una idea cerrada antes de empezar.  La intuición es la que más gravita en la mesa de trabajo, a la hora de marcar una línea o poner un plano.  Y es también la que le dice a uno “ya no hay más por cubrir”.

 

-Pasaste y seguramente vas a seguir pasando por diferentes etapas temáticas, pero debe haber algo que siempre subyace, un hilo conductor.

 

-No sé cuál es la palabra y no sé si me interesa encontrarla, pero creo que hay algo vinculado a la valoración de la vida.

 

-¿Siempre tuviste esa mirada tan “terrena” del arte, más vinculada al trabajo artesanal y diario?

 

-Seguramente fui cambiando mi mirada del proceso artístico por cuestiones lógicas. Yo, por lo pronto, sigo con la necesidad de formarme.  Estudiar obras maestras que me interesen. Aprenden a predisponerme como espectador porque no siempre se precisan los ojos.  A veces hace falta algo más para captar eso que no tiene descripción. 

Creo que hay veces en donde uno tiene una intuición muy sutil que es necesario cuidar para que no se pierda en el camino.  El camino es un proceso donde algo deja de ser eso y se transforma en otra cosa pero sin perder su esencia. 

Hay que sacarlo de su ámbito y construirlo en otro lado, desafiando las cuestiones técnicas, los límites y los errores.  Ese es el primero desafío.  El otro, es hacerlo de manera precisa y clara.

Ese método es parte de lo que uno debe atacar todos los días para mejorar.  Hay que tratar de ir todo lo lejos que se pueda pero sin pasarse del límite.  Y en sentido, los errores son los que más nos ayudan. Lo me debilita es lo que me interesa, no lo que me fortalece.

 

-¿Por qué utilizás una paleta de colores pastel solamente?

 

-No sé por qué pasteles.  Hay algo que me atrae.  No me canso de esperar la puesta del sol o el amanecer para reconocer colores o estados, sobre todo la puesta del sol.  A veces miro una pared y un reflejo y digo ahí esta.  Eso es lo que busco. Es apasionante.  No hablo solo de la cuestión técnica sino también de mi propio estado.  A veces uno espera y no pasa nada pero a veces sí.  A veces ocurre.

 

-A primera vista parece una pintura muy racional.  ¿Es sólo racional?

-Es racional pero uno siempre focaliza en eso que también es irracional. No es surrealista ni metafísico, pero hay una sugerencia de esos elementos.  Fijate vos que este último tiempo –últimos 2 o 3 años- hay una necesidad de que esté marcado el horizonte. Iba a decir una obsesión en lugar de necesidad, pero las obsesiones pasan por otro lado.  Lo que quiero decir es que seguramente se ha vuelto importante para mí entender el tiempo finito, la muerte si se quiere.  Ahí está el horizonte. Siempre.

 

-Es inevitable notar la ausencia de la figura humana en tus cuadros.

 

-Es cierto. Hay una ausencia de la figura humana.  Podría tratarse de vacío o añoranza. Se fue dando así.  No es que tenga un discurso formado en ese sentido.  Creo que si algún día tiene que volver a aparecer una figura, aparecerá.  No es una actitud caprichosa.  Pero sí, es cierto, “no está apareciendo” lo humano.

 

-¿Dónde te encuentra esta etapa de pintor, después de casi 20 años de trabajo?

-Me encuentra haciendo lo que a mi me gusta hacer.  Eso no lo negocio, no lo vendo y lo cuido.  Es imperfecto, está todo por mejorar, es cierto, pero en ese camino estoy y es muy satisfactorio.  No sé que haría de mi vida si no hiciese lo que estoy haciendo ahora, pero lo que es seguro es que no sería la persona.

-¿Cómo te llevás con “el sistema” del arte?

-Con el sistema creo que me llevo bien.  El sistema son las instituciones, los museos, las galerías o los coleccionistas, por ejemplo.

Está también la lógica de lo público y de lo privado.  Uno va siempre a espacios donde siente más empatía.  Las instituciones siguen siendo importantes en el arte argentino.  Lo han sido durante toda su historia.

Lo que ha pasado en estos en estos últimos años es que he aprendido a encontrar un punto de equilibrio. Nada es lineal.  Siempre hay intermediarios o puntos muertos y frustraciones, pero uno tiene que ir avanzando y procurando siempre encontrarse con gente honesta. Para la gestión hay un tiempo y para pintar hay otro tiempo. 

Lo único cierto es que yo no me veo en otro lugar.  Me veo batallándola acá como pintor o juntando chapitas.  Creo que para mí es esto o esto.  Y uno tiene que asumir esto con humildad y honestidad.

 

-¿Cuándo supiste eso: que era esto o esto?

-En 2011 fue el click.  El espacio de trabajo (el Museo Municipal de Bellas Artes) me demandaba mucho tiempo. No siempre por lo laboral en sí, sino también por las condiciones de trabajo.  En lo interno me angustiaba.  Y si uno permite que esa angustia se aloje dentro, se enferma.  Entonces antes de enfermar preferí tomar una decisión.  En la que me acompañaron mi compañera, mi hija y un montón de otras personas de diferentes formas. 

A partir de eso confirmé que no hay proyectos individuales y menos que menos, individualistas.  Uno se sostiene en un entramado que lo contiene y en ese marco uno lo intenta avanzar todos los días

Hoy puedo decir que vivo de esto, pero he pasado por ese campo de espera y de duda.  Y creo que se debe alentar a otros a que se animen a tomar decisiones. Hay que salir de lo cómodo y de lo fácil.  Hay que apostar a equivocarse porque vale la pena. 

A veces es necesario retroceder y tomar carrera de nuevo.  Es como en una obra, viste: hay que retroceder en el ejercicio, en las escalas en los valores (cromáticos) una y otra vez hasta que sale.

 

-Esa decisión tienen costos…

-Esto tiene un costo en el día a día.  Y el costo es alto, pero hay que decidirse a salir de la burbuja con la propia obra. Ni atrás ni al frente; hay que salir a la par y tratar de avanzar con ella.  Y la verdad es que para eso yo, personalmente, preciso poco: dos o tres pinceles más; algunos colores que no tengo o reponer los que se acabaron.  Poco más que eso. Es una forma de encarar este proceso.  Personalmente no pienso en lo que me falta sino en lo que me está haciendo bien y eso no tiene precio. 

 

-¿Cuándo te sentiste pintor, a secas?

 

No fue fácil asumirlo porque los bifes vienen de todos lados en este proceso.  Todos los días me preguntan de qué trabajo, pero uno aprende a correrse de esas situaciones.  No hay que sobre dimensionar al actividad artística pero hay que hacerse cargo de lo que uno hace.  Yo soy pintor.  Si tengo que decir de que trabajo, te digo, sin dudarlo: soy pintor. El resto se lo dejo al sistema que siempre se encarga de llenarnos de estereotipos.

Toda historia tiene un principio. La historia artística de Federico Carbia tiene un tiempo y un lugar donde emergió de ese mar de posibilidades en el que navega toda persona buscando su destino, pero también tiene un recorrido soterrado que ni siquiera él puede evocar. A lo único que atina es a decir que su abuelo era pintor.  Pero hasta ahí.  Punto y aparte.  Nunca se sintió atraído por la pintura de su abuelo ni por la pintura en general.  Nunca es un decir, porque en algún momento, mucho tiempo después, eso que han dado en llamar “el arte” lo envenenó de tal manera que nunca más se pudo curar.

En 2001 precisaba trabajo y se anotó para tomar una bacante en el área de Servicios de la Municipalidad. Iba a entrar ahí cuando un cambio interno lo dejó sin esa chance y le abrió otra: ser ordenanza en el Museo de Bellas Artes.

Nunca había pisado uno.  “¿Qué hago acá?”, se preguntó.  Eran buenas épocas en el museo.  Una camada de jóvenes se había hecho cargo de la gestión y del trabajo interno.  Jóvenes que además de gestores eran artistas.  En ese ámbito estimulante una de las pinturas que cuidaba a diario pintura lo engatuzó.  Luego otra. Y luego otra más.  No podía dejar de mirar y preguntarse qué era eso que de la nada se volvía tal vital.  Ahí supo que quería pintar.  Se compró un par de pinceles y de acrílicos.  Y nunca más paró.  Entiéndase bien: nunca más paró.  Acumula horas frente a los bastidores como un jornalero que trabaja a destajo.

 

“No fue un capricho.  Fue una necesidad”, dice. 

Carbia, además de ser un prepotente del trabajo y un humilde del resultado, es un eterno agradecido: “Recuerdo aquellos años donde le preguntaba a todo el mundo, especialmente a Guille Irurzun.  Aprendí de un montón de él y de todas esas personas y todavía sigo aprendiendo, claro. Siempre digo que fue una conjunción del lugar y del interés.  No podría haber sido más afortunado.  La verdad.  No podría lo podría haber sido”.

Por Juan Perone
juanperone@hotmail.com

Fotografía: Enzo Solazzi

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